martes, 6 de abril de 2010

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"El sufrimiento humano suscita compasión, suscita también respeto, y a su manera atemoriza. En efecto, en él está contenida la grandeza de un misterio especifico" (SD, 4). Como misterio, debe ser permanentemente contemplado con perplejidad y con respeto: ante el dolor humano nos encontramos frente a una realidad con vocación sobrenatural, llamada a trascendernos.

Recordemos a Job con su dolor inexplicable. "El es consciente de no haber merecido tal castigo, más aún, expone el bien que ha hecho a lo largo de su vida. Al final Dios mismo reprocha a los amigos de Job por sus acusaciones y reconoce que Job no es culpable. El suyo es el sufrimiento de un inocente; debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia. (...) Si es verdad que el sufrimiento tiene un sentido como castigo cuando está unido a la culpa, no es verdad, por el contrario, que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo. (...) Job no ha sido castigado, no había razón para infligirle una pena, aunque haya sido sometido a una prueba durísima" (SD, 11).

Job era un hombre ejemplar en el amor de Dios con independencia de sus riquezas. Satán piensa que su amor es interesado y provoca a Dios: "«extiende tu mano y tócalo en lo suyo (veremos), si no te maldice en tu rostro» (Job 1, 9-11). Si el Señor consiente en probar a Job con el sufrimiento, lo hace para demostrar su justicia. El sufrimiento tiene carácter de prueba" (Ibid). El sufrimiento puede ser a veces una oportunidad, no siempre un castigo. Para Job fue ocasión de mayor virtud y gloria ante Dios.

De todos modos, el sufrimiento supone para el hombre mucho más que una ocasión de simple desarrollo personal, aunque no pocas veces también lo sea. Es un misterio que se vislumbra, iluminados por la fe y en la medida en que somos capaces a partir de Cristo: "Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte" (Con. Ecum. Vat. II Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes 22).

El dolor humano se entiende en ciertas ocasiones pero en muchas otras no. Sin embargo, Jesucristo "instruía, poniendo en el centro de su enseñanza las ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a los hombres probados por diversos sufrimientos en su vida temporal" (SD, 16). A esos hombres está destinada la Bienaventuranza, la definitiva felicidad.

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